El Cuchu Cambiasso grita la obra de arte del segundo frente a Serbia y Montenegro, el viernes último.
"El Mundial es una calamidad que por suerte pasa pronto", dijo Jorge Luis Borges, de cuya muerte acaban de cumplirse los primeros veinte años, "y para lo único que sirve es para que aumenten los precios."
Fue en 1978, en Tucumán, los feudos de Bussi, y faltaba muy poco para los fastos. Para variar, entre los insultos de práctica, los gestos conmiserativos ante un pobre ciego medio reaccionario y el silencio siempre presente de los más, se trató del único que se animó a desentonar. La pasión en aquel entonces era arrolladora desde mucho antes de comenzar y también hubo otro 6 a 0. Un poco caro, por cierto, y sobre el cual se trata de seguir mirando para otro lado. Como en la edición de hoy de Clarín, que al recordar estadísticamente estos acontecimientos se refiere al marcador puntual con Perú, en Rosario, y acota con picardía jodona, canchera, bien argentina: "Es como un guiño, ¿no?"
Se dirá que la situación no es la misma, que han pasado tantos años, y entonces es un contrasentido recordar los numeritos y no hay lo que hay atrás de los numeritos. Obviamente, que la situación no es la misma. La historia no se repite. Pero a veces no se parece. Cuando Hernán Crespo, servido impecablemente por La Pulga Biónica les mandó a guardar el cuarto el frente de una residencia paqueta en el barrio de Belgrano, a poco más de una cuadra de una comisaría con imaginaria permanente, no voló con dos kilos de trotyl como aquella vez. Ni a los serbios y algún que otro montenegrino que pueda quedar suelto por ahí vamos a tener que mandarle un carguero rebosante de trigo por la gauchada en el marcador y no sólo pasar a la ronda siguiente, sino dejarlos afuera a los insoportables de los macacos.
-Macacos en el buen sentido del término -como trató de remendar un movilero de ATC en pleno menemismo luego de una furibunda boleta en un torneo internacional a nuestros queridos hermanos verde amarilho.
Para los griegos la euforia sólo se lograba después de un largo padecimiento, no hace nada mal ni tupe la cabezota disfrutar algo, sobre todo colectivamente, pero tampoco se trata de mirar para otro lado y no tomar en cuenta el infernal despliegue mediático, los costos que se están pagando y que la Su Giménez puede estar todo lo democrática que quiera en la tribuna, sudada y en pata, pero las carradas de plata que ganó se las llevó a Miami y en las estampidas durante el alfosinismo salía de Aeroparque en aquellos vueltos rebosantes a fondear la guita en Uruguay y que no se la licuara la hiperinflación. Por eso no pasa nada con que grite como una histérica, atacada por una pasión nacionalista en compañía de su nuevo novio, pero hay millones de compatriotas que no pueden gritar y apenas sonreír porque están cagados de hambre.
Ganar o no ganar este Mundial no va a solucionar absolutamente nada la crisis irreversible y gravísima por la que sigue atravesando el país. Es divertido entretenerse y hasta agarrarse de los pelos, si hay que poner al Conejito Saviola o al Apache Tevez, si jugamos o no con dos 5 o si Messi debe entrar de movida. Tampoco se trata de ser tan pelotudos y olvidarse que con el micrófono en mano y cámara todo el tiempo, en el Canal de mayor audiencia, está suelto el doctor Carlos Salvador Bilardo explicando sin mayores razones por qué corno en la Aldea Global es tan importante cantar los himnos antes de cada encuentro, a tal punto que él hacía practicar dos o tres horas por semana a sus seleccionados, en su momento, dada la concentración que significa.
En mundo payaso, signado por los envases, concentrarse en las canciones patrias, con o sin la mano en el corazón y llevar leyendas de sponsors multinacionales hasta en la raya del culo resulta por lo menos un contrasentido, acentuado por el infaltable bombo de El Tula y el charteo de un equipo superespecial de SWAT de la Policía Federal para marcar hombre a hombre a nuestros barrabravas y darle una mano a los inexpertos de la policía local, a la par que Tinelli se va a trasmitir en directo su programa diario nocturno gracias a los millones generosos de Pol-ka, mientras que antes, durante y después del partido Los Muchachos locales y los polacos no se dieron como en la guerra, tal como señala la metáfora popular, sino que fue otra vez la guerra, si no que fue la guerra misma.
La sideral e incomprensible fortuna que ganan los Ronalditos en el fútbol europeo ni siquiera va a ser un paliativo para un Brasil que flamea más fuerte cada día su miseria y marginación, a punto tal que una miniguerra desatada previamente por los narcos paulistas obligó a transar para evitar la hecatombe y poner en las cárceles TV de plasma para que los internos pudieran disfutar de la gloria del hexa.
La ilusión futbolera dura tanto como la víctima quiera permanecer dentro del engaño de lo que ahora los expertos en macroeconomía, cuando nosotros no somos microeconómicos sino microbios dentro de esta economía, han dado en llamar el crecimiento sin desarrollo, una especie de inflamación como produce la cortizona y que no es gordura, sino el síndrome del Chile que quiere ingresar al Primer Mundo en el último rinconcito de la cucha del perro, el Brasil de un Lula que aspira a que su sueño quimérico de gobernante popular sea poder dejar un país donde todos coman por lo menos una vez al día y una Argentina que ha vuelto a reflotar sus veleidades futboleras, sostenida por una inagotable usina de muchachos superdotados para el gobierno finísimo de la pelota en un país donde los gobiernos a lo único que le dan pelota es a sí mismos.
En una de esas hasta salimos campeones, el fabuloso tri, y va a ser un veranito de San Juan para los vendedores de gorritos, banderitas, cornetas y vinchas, pero vaya uno a ponerlo a Julio Humberto Grondona en el ministerio de Economía y el país se va a ir mucho más a la mierda de lo que está justamente porque los negocios particulares de los Grondona y los Yoma jamás anduvieron mal gracias a que a la res pública cada vez le va a pior. Tal vez esto sea un punto de arranque para que de manera tan sentida no menos de 15 mil argentinos a los que les sobró no menos de diez mil euros por cabeza para disfrutarlo en vivo y en directo canten hasta el paroxismo que la Argentina es un sentimiento que no pueden parar.
Recapitulemos. Justamente como en el fútbol, parar la pelota bajo la suela, levantar la cabeza y mirar al compañero mejor ubicado: "El Mundial es una calamidad que por suerte va a pasar pronto, y para lo único que sirve es para que aumenten los precios", se alzó la solitaria voz de Jorge Luis Borges en Tucumán antes de los comienzos de la fanfarria de 1978, la fiesta de todos, ¿se acuerdan?
¿O ya tampoco nadie se acuerda de esto tampoco? Cualquier cosa, la seguimos con el INDEC.