sábado, junio 10

CHAU, WILLY, ¡Y SALÚ!


Este jueves 7, en el Instituto del Quemado, más a consecuencias de los problemas en las vías respiratorias que por las quemaduras sufridas en menos del 20% del cuerpo, murió Willy, un linye, un croto, un hombre libre, de 42 años, cuyo nombre real y prácticamente desconocido era Julio César Barcos, que desde hacía bastante tiempo paraba (paradojas aparte) en la ex Avenida del Trabajo y Polo, corazón de Mataderos, últimamente morando en un auto que habían dejado abandonado cerca de la esquina con Polo.

El miércoles 31 de mayo pasado, casi la medianoche, bastante fría, un vecino que mora en la otra cuadra con una familia crisitiana y bien constituída, registrado con el nombre legal de Diego Adrián de la Reta, profesión mecánico y 28 años de edad, munido de un bidón con nafta, lo vació sobre el vehículo y le prendió fuego. Otro vecino, que a esa hora estaba lavando la vereda con manguera y balde, al ver el fogonazo, se mandó y le pareció ver una manito que se movía adentro. A pesar del peligro, abrió la puerta y todo prendido, hecho una bola de fuego, sin exclamar un ay, cayó Willy rodando.

Unos cuantos baldazos le apagaron las llamas, otros llamaron a una policía que aunque parezca mentira aparecieron a tiempo, pidieron auxilio de ambulancias y detuvieron al sujeto, quien en nombre de los valores imperantes dijo lo más suelto de cuerpo:

-A estos tipos habría que matarlos a todos.

Una ambulancia del Instituto del Quemado se llevó al pobre Willy para meterlo urgente en terapia intensiva y asistirlo con respiración mecánica. Nadie le conocía el nombre. Tampoco se llegó a saber y se fue para siempre como NN en un sector de población que está creciendo día a día. Hacía poco que disfrutaba de la lujuria de dormir en el auto abandonado porque antes lo había hecho en cualquier lado, a despecho de una atmósfera que está cada día más emputecida. En los años que llevaba en la barriada nadie le conocía un incidente y su sistemático mangueo de chirolas era para comprarse el cartoncito con el tetra restaurador de las ganas de vivir.

Con lágrimas en los ojos, ante una cámara de tevé, una vecina madura sintetizó todo:

-Tomaba un poquito y enseguida empezaba a cantar. A él lo que le gustaba era el vino y cantar. Cantaba siempre.

Los vecinos le cuoteaba las moneditas justamente para que no se mamara y encima de algún despiporre no se pescara un coma alcohólico. Y él vivió así. Chupando y cantando lo más contento. Los muchachos de una verdulería y frutería le daban lo que estaba comestible antes de tirarlo, en la panadería el pan de ayer y nunca le faltó el paquete de yerba para los amargos reparadores de los amaneceres y noches de frío. Sobre todo las féminas, como no podía ser de otra manera, se encargaban de tenerlo sobriamente provisto de pilchitas usadas pero no andrajos para taparse las vergüenzas, como decían antes las viejas, y apechugarle al calor y sobre todo al frío. Alguno con berretines de fotógrafo lo dejó inmortalizado con la camiseta abierta, una cuantos rollitos como salvavidas a la altura de la zapán y su tremenda cabellera negra enrulada y su barba de pirata de la época de Salgari. Recordaban de una vez una señora que con gran paciencia lo lavó con champú, le cortó el pelo y lo afeitó, y de ahí abajo aparecieron unas facciones bien parecidas, con el cutis terso por la protección del pelo ante tan inclemencia climática.

No hubo quien se negara a testimoniar su estupor. Cuando no le daban monedas, por cualquier motivo, él sólo sonreía. Jamás una actitud agresiva con nadie. Ningún conflicto. Al revés de los pequeño burgueses bien pensantes, que dejan un zafarrancho de basura a su alrededor a cualquier lado que van, durante un años hizo sus necesidades sin que nadie advirtiera cómo, cuándo, dónde. No alteró jamás su habitat.

Los uniformados ni se tomaron alguna vez el trabajo de llevárselo para ver si tenía antecedentes. Porque no tenía NI antecedentes. No fue NI pobre NI rico. Era tal su precariedad y desamparo que simple fue NI. No tenía nada. Salvo lo puesto. Y el cartoncito que se pudiera echar al cuerpo gracias a la generosidad de los vecinos que lo habían adoptado como parte del paisaje, sin preguntarle nada, sin nunca inquirirle por qué había roto definitivamente con el mundo de los horarios, los vencimientos, la tarjetas Visa Electrón y los celulares.

El celoso custodio de la raza aria, el occidente cristiano y neoliberal fue detenido y quedó a disposición del juez de turno. Teóricamente, en un país donde los genocidas siguen suelto lo más chotos, el deceso de Willy, después de pelearle inútilmente a muerte durante una semana, lo pone bajo el articulejo del Código Penal que castiga con reclusión perpetua a aquel que matare a otra persona con el agravante de odio racial, religioso o social.

Ross Macdonald le hizo decir una vez a su Lew Archer que un homicida asesina en su víctima el ideal de lo humano que no puede soportar. Para el infeliz mecánico, Willy era una imbancable idea de la libertad en una sociedad cada vez más esclavizada.

Chau, viejo, y si es cierto que hay otra vida y estás allí, no los perdonés un carajo porque saben lo que hacen, lo desean, lo gozan y como son unas lauchitas quieren instaurar una sociedad para adorar a los poderosos ya que no pueden ser como ellos.

¡Salú, Willy! ¡Hasta siempre!