jueves, julio 20

PARA EL EDIPO, VEA, NO HAY COMO YESO

El encapuchado Martin Ríos ingresa a una dependencia policial.

LA TRAUMATOLOGIA SIEMPRE DA EN EL BLANCO

El pasado 6 de julio, a las 17, en medio de una Cabildo y Hernández, pleno corazón de Belgrano, plagado de peatones, un joven de pelo rapado, campera oscura con bandera argentina en una de las mangas, giró sobre sus pasos, sopesó un poco, llevó la mano a la cintura y sacó una pistola Bersa 380, algo así como una mininueve milímetros, y entró a vaciar el cargador especial. El segundo de los impactados, con dos proyectiles en el tórax y uno en la cabeza, fue Alfredo Marcenac, 18 años, de Necochea, estudiante de kinesiología y nadador de competición. En el grupo que lo rodeaba hubo otros seis heridos, uno solo de cierta consideración en una pierna. En medio de la confusión y el terror, más las versiones que se empezaron a superponer, el tirador se esfumó. Inmediatamente se lanzaron conjeturas de todo tipo, pero el arma utilizada dio enseguida la pauta que se estaba frente al mismo autor de otros atentados similares por el mismo sector del barrio, con el mismo tipo de arma y similar modus operandi. Por fin, a la semana, el 14 de julio, en Munro, frente a una fábrica de ropa de la zona, de manera totalmente imprevista y que va a desatar un vergonzante intercambio de pujas por salir en la foto, un custodio particular, ex suboficial de la bonaerense, fue advertido por un vecino de la conducta medio rarita de un muchado desde hacía rato, paseándose alrededor de Ford Scort rojo, muy nervioso, y que de pronto, sin más, a plena luz del día aunque era ya era el atardecer, se había desabrochado la bragueta y puesto a orinar sin cuidados, remilgos ni precaución alguna por el lugar donde circula gente. El avisado fue y cuando quiso indagar algo e identificar, el joven, de pelo casi rapado, se descontroló, le dio un empujón que casi lo sienta y salió de escape. El custodio fue tras él, lo alcanzó a las tres cuadras y no sin esfuerzos consiguió reducirlo. Al parparlo, le encontró en la cintura una Bersa 380 con un cargador especial de 25 tiros. El sujeto decía que estaba esperando a la mamá, que había ido hasta la capital a buscar las llaves del auto rojo que se habían extraviado y que eran clientes de la fábrica a la que le había orinado la vereda. Ya bajo su control, el custodio llamó a la gente de la fábrica, constató lo de la clienta, el incidente con el hijo, al que había retado por extraviar las llaves, pero no supo qué contestar cuando el custodio le dijo que estaba armado hasta los dientes. Por las dudas, llamaron a la policía del lugar, se lo llevaron y no tardaron mucho en atar cabos, sargentos, policías rasos y lo que fuera: era el hombre tan buscado. Martín Ríos, 27 años, habitante de un semipiso de Belgrano, hijo de un piloto comercial jubilado, una hermana, oficio conocido pasear las perras y acompañar al padre al supermercado para entretenerse, cuando no mirar al barrio desde el balcón del segundo piso. A las pocas horas los peritajes balísticos daban que el arma era la misma usada para asesinar al joven estudiante y nadador y herir a otros en ese atentados y otros tres más en un plazo de dos meses y un radio de quince cuadras alrededor de su casa. Para no ser menos y que en el país, rayetas hay muchos, los movileros destacados no tardaron en tildarlo de asesino serial a pesar de tener, que se sepa, una sola muerte en su haber. A todo esto comenzó el forcejeo público y mediático entre las policías, como corresponde, el doctor León Arslanián, a primera hora, listo para lucir en cámara, todos forcejeando por la foto y las lúcidas tareas de inteligencia. Allanado el domicilio, le encontraron otros elementos inculpatorios, como una pistola 9 mm., la bicicleta usada para usar de uno de los atentados y la autorización extendida por el ReNAr para portar la Bersa, para la cual cumplía la cuota legal de mil proyectiles al año y algunos más en el mercado negro. Los vecinos que nunca habían advertido nada raro en el joven, incluso los días de los atentados, empezaron a advertir todo y que si monono Walter, digno producto de la sociedad en que vivimos, no estaba medio zarpadito, por lo menos lo parecía y todos se habían dado cuenta. Todos, menos los papitos y la hermanita. Ahora la otra liebre saltó cuando en el noticiero de Canal 2 pudieron hablar por teléfono con el profesional del ReNAr que había tenido la entrevista psicofísica con el joven y dado la autorización para usarla, según constaba en el certificado oficial respectivo. Hombre con nombre y apellido bien germano, no tuvo empacho en aceptar que las entrevistas duran cinco (5) minutos, que no es mucho lo que se puede apreciar en ese lapso, lo mismo que los exámenes que se le hacen a los conductores profesionales de carga y pasajeros (sic), y que su especialidad era la traumatología. La sorna a partir de aquí se presta para cualquier cosa. Pero en 1978, con motivo de un parricidio en Berisso, donde se debatió a fondo la imputabilidad o no del joven que había matado a su padre por la espalda, un psicópata paranoide de aquellos, los doctores Floreal Mattera y Arnaldo Rascovsky como peritos de parte, argumentando de manera sólida que había actuado bajo un brote esquizofrénico temporal consecuencia de su densa, trágica, triste y demoledora historia familiar, los peritos de parte evacuaron una sentencia más que un informe, dijeron que eran una familia violenta, poco les faltó que le acharan ser obrero y pobre, pero supuesto más imputable que El Petiso Orejudo. ¿Quién firmaba oficialmente semejante conclusión como profesional especializado, autorizado por los Tribunales? Otro médico traumatólogo, por supuesto. ¿O ahora van a decir que lo del Edipo y todo no es un trauma? ¿Qué mejor que un poquito de yeso o una venda elástica bien puesta?
La mamita mala lo retó y él no tuvo más remedio que pishar en la vereda, por eso lo agarraron, todas las madres son iguales.

Chofer, en la esquina. Nosotros bajamos.