jueves, diciembre 14

GARGAJO

Una mano piadosa y obediente limpia los rastros del diámetro que alcanzó el poder de fuego del salivazo.

LA AFRENTA MAS IGNOMINIOSA
Durante los funerales como ex comandante en jefe del Ejército, no como ex presidente de la república, llevados a cabo en la Escuela Militar del Barrio Alto de Santiago de Chile, el féretro al mejor estilo sajón, con sólo media tapa abierta y una plancha de vidrio para ver casi medio cuerpo, este martes que pasó, de pronto, un hombre joven, robusto, se acercó y en vez de humedecer la superficie trasparente con un lagrimón o mocos de congoja, le sacudió un gargajo.

El exclusivo Manuel de Carreño trasandino, libro de cabecera de todas las buenas costumbres de la hispánica clase alta, no contempla justamente un gesto así como de gente como la gente, como son ellos. Debe estar en el rubro de lo asqueroso. Lleno de odio y bajeza. Artero. Aleve. Irrespuoso contra un hombre que ya no tiene vida. Estas características son inalterables, por cierto.

Pero por donde empieza lo alterable, no lo justificable, es que el emisor del salivazo y su objetivo no eran personas comunes. El que estaba ya en otra cosa, el que ya no era, el que había dejado de serlo, era Augusto Pinochet Ugarte, uno de los dictadores más fríos, asesinos y cínicos que hemos tenido el gusto de disfrutar los sudamericanos. Aparte, corrupto, como no podía ser de otra forma. Y nacionalista a la sudaca, porque fue golpista por ser anticomunista y era de los nacionalistas proyanqui, una especie que acá conocemos a rolete, como el caso de Camps, que asesinaba todo lo que tuviera color rojillo y era alcagüete de Martínez de Hoz, Alemann & Co. A tal punto que ya sin la banda presidencial, conservados de prepos los galones de comandante en jefe, vino más de una vez a Buenos Aires a hablar con sus pares, seriamente preocupados de los planes norteamericanos de reducir los ejércitos locales a simples canas rasos contra el narcotráfico. Este tema siempre lo preocupó en desmasía al geopolítico teórico de la polonización de Bolivia para dividirla como una pizza entre Perú, Paraguay, Argentina y, claro, su Chilito lindo.

El autor de la menoscabante afrenta tampoco es común. Ni pobre. Pertenece también al estamento de los pepe patos, de los cuicos chilenos, estatura, color de piel y ojos muy diferentes a los del rotaje que constituyen la mayoría de la población: color Latinoamérica, les decía Alfredo Zitarrosa. Tampoco era un adolescente revoltoso, un rebelde sin causa. Se trata de un hombre maduro, casado, con hijos, funcionario oficial de la alcaldía de Las Condes. Su nombre es Francisco Cuadrado Prats, nieto carnal del general Carlos Prats, el último militar como la gente que ocupó la comandancia en jefe de ese cuerpo durante el gobierno constitucional de Salvador Allende, y que fue asesinado en un atentado del Plan Cóndor, junto al ex canciller Orlando Letelier, parlamentarios uruguayos y demás, en Buenos Aires, en 1974.

Curiosa las vueltas que tiene la vida. Ese hecho permanece prácticamente impune y Carlos Prats no recibió los honores correspondientes a un militar cuyo máximo pecado fue el de constitucionalista o profesionalista. También el de no haber ocultado como ciudadano su admiración por su jefe inmediato superior, Salvador Allende, aclarando sus diferencias ideológicas, pero calificándolo del hombre más adelantado de Chile pero también el más incomprendido.

Al general Carlos Prats no le tocaron diana ni lo gargajearon indefenso en el féretro. Su retiro se debió a la provocación montada en la avenida Santa María, paralela al Mapocho con mano hacia el centro, por dos muy viriles compatriotas atuendo y comportamiento, más otras costumbres, perio biológicamente con atributos femeninos, que se aparearon al auto oficial donde un conscripto chofer-guardaespalda conducía a velocidad regular y en el asiento del acompañante iba el que poco después dejaría de ser comandante en jefe. Le tiraron el autazo, bajaron la ventanilla, hubo movimientos raros y puteadas al por mayor, también una lluvia de plumas de gallinas que estaban de moda para los uniformados profesionalistas que no querían el golpe, y lo inusitado de los movimientos, el esquive del chofer del auto oficial, los reflejos, hizo que Prats manoteara por debajo de su capote el arma de puño reglamentaria.

Al darse cuenta de lo que se trataba, del bien cuidado aspecto masculinoide de sus ofensoras/ofensores, ni siquiera alcanzó a sacarla, ordenó acelerar la marcha y perderse por el tránsito. Fue hasta La Moneda, pidió hablar inmediatamente con el presidente, despacho al que tenía el acceso prácticamente directo y le anunció su retiro. Allende quedó demudado. Sabía perfectamente que hacía rato había empezado el principio del fin, pero quizá no quería ese tipo de fines.

Prats era un hombre de honor, un soldado. En las alzadas, rebeliones y otros putchs, que ya le habían tirado, justamente donde ahora el nieto gargajeador es funcionario, la muy recheta alcaldía de Las Condes, una noche, bajo el estado de sitio, todos los pepes patos momios, golpistas, civiles, se desacataron e hicieron piquetes. Que se dejen de joder los cagones pequeño burgueses argentinos argumentando que el invento del piquete es de Castells, D'Ellía & Co. Lo empezaron los chicos bien chilenos. Cerraron casi todas las calles con cubiertas prendidas fuego. El jefe de la plaza Santiago, como se llama en Santiago a estos loteos militares, era el general Piekening. Nº 2 en la cadena de mandos, masón y socialista como el presidente, el último que quedaba. Alineó los tanques en la zona más revoltosa y a pesar de tener la decisión de abrir fuego por la radio interna pidió hablar con su superior, Carlos Prats, para que le dé la orden. Este le dijo que eso era gravísimo para un uniformado, tirar contra civiles desarmados por más que estuvieran levantiscos y reveleados. Pediría autorización a su máximo jefe, esto es, el presidente de la república.

La respuesta fue categórica: NO.

Prats así lo hizo saber y el otro dio media vuelta con sus tanques, los llevó al garage correspondiente y al otro día presentaba su pedido de retiro. Con el de Prats, el Estado Mayor chileno quedaba en manos democristianas. Y con Pinochet Ugarte, en manos del Opus Dei. La cuenta regresiva definitiva había empezado. Y todos saben cómo terminó y cómo sigue.

Por muy compensible que se quiera ser con el nieto impotente, todo su odio y también su coraje para ir a la jaula del león y hacérselo en la cara, no sólo al muerto, más que para abajo deja toda la sensación ser medio contra el cielo. El odio de clase que nunca fue desmontado va a encontrar, como lo hicieron con Allende en el poder y le tieraron un lock out que llevó al desabastecimiento de la clase media alta y alta, porque las bajas se organizaron y tuvieron el apoyo del gobierno, que un pobre anciano que se fue a hacer la cola con banquito a un supermercado del Barrio Alto de Santiago para comprar un pollos helados dinamarqueses que encima de tener el tamaño de un jilguero flaco tenían el mismo gusto a una media recién lavada. El hombre se descompensó cardíacamente, cuando llegó la ambulancia ya había cloteado, como dicen los chilenos bien nacidos, y al otro día Juana de Arco era un poroto en esta víctima del hambre a la que los había arrojado la tiranía comunista del señor Allende.

El gargajo puede ser creencia legitimadora, un concepto marxista muy poco desarrollado, por desgracia, para tirarle huevos podridos a la presidente Bachelet o se empiecen a darse máquina y querer animarse a más. Es todo lo que podrían llegar a hacer. El 11 de setiembre de 1973, que otro nietecito aburmado por la perdida de su Tata quiso reivincidicar y lo echaron a la mierda del Ejército (y van dos...) el compañero presidente Salvador Allende trazó una divisoria de aguas por lo menos en esta parte del mundo respecto de los que llegan a ese sitial por el voto popular y lo quieren echar las bayonetas. Tres años después unas Viejas Locas empezaban a dar vueltas de noria a la Plaza de Mayo y trazaban la otra de aguas con el recurso genoicida de los desaparecidos.

Las clases dominantes chilenas han llegado a una concentración de poder económico y el consiguiente político que se lo deben a Pinochet, les guste o no les guste, y algunos se han las pulgas heridas porque no les gusta la corrupción. Como si tener al 35% de la población en la exclusión, trabajo basura a destajo, una jubilación de mierda y unas obras sociales piojosas fueron producto de la decencia. Como si exportar miles de millones de dólares al año fuera consecuencia de que son creyentes y el Viejito Pascuero se los pone en el arbolito.

Para la ideología convertida en slogan Pinochet no permitió que Chile fuera una segunda Cuba. Jamás en la puta vida quiso serlo y de haberlo querido, no hubiera podido. Ahora lo que sí pudo Chile, gracias a Pinochet, es ser la segunda Maiami y los noveuax riches del piojerío. Siguen sin poder sacar un campeón mundial de algo, derrochan platita dulce en importar sobre todo jugadores y DTs argentino, a ver si mojan el pancito, y nada. Ahora le vendieron el club de la Universidad de Chile, la gloriosa U, a un consorcio de bolseros encabezados por el banquero cooperativista Carlos Heller, comunista, y el ex comunista César Luis Menotti por treinta años y un estadio para 40 mil personas.

Indiscutiblemente el indignado hombre chileno que le escupió el vidrio del féretro al Chacal no se pudo contener ni pensar en otras cosas salvo ese terrible dolor interno que no se compensa cuando se nombre a su abuelo, el soldado Carlos Prats, y lo único que se logra es admiración por quien no tuvo los honores que se merecía ni pidió que lo cremaran para ser reducido a cenizas porque lo redujeron a cenizas, junto con su esposa, con un bombazo artero gracias a la zona blanca de las autoridades chilenas para con la DINA.

Difícil pensar que en el gargajo haya ido la bronca de una economía ya no dependiente, sino Junior de las exportaciones al imperialismo y que al hermanito Bush no le entre la recesión porque se van a la mierda en 48 horas, que los bolivianos no se pongan duros con el gas o que algún argentino, con lo imprevisibles y botarates que solemos ser, tal como dice cada dos por tres y no lo escuchan, le cortemos el gasoducto y en vez de ir a hacer la cola de noche a un supermercado por un pollo de Singapore del tamaño del canario El MercurioTwity se caguen de infelices tratando de calentar una pava para el té con fósforos fabricados en Talca.

En última instancia, buenas costumbres y moralinas aparte, fue demasiada saliva para tan poca cosa. La única vez que tuvo que demostrar que era un militar en serio, como fue a las 09:00 de la mañana del 11 de setiembre de 1973, y ordenó el ataque por tierra con blindados para tomar La Moneda, defendida por unos gordos panzones sesentones, a lo sumo cincuentos, un puñado de guardaespaldas del presidente entrenados en militarme en Cuba y nada más, los cagaron a tiros y le rechazaron el ataque.

Los tuvieron que rendir con Mirages computarizados y misiles dirigidos inteligentemente que pudieron hacer una pasada previa de reconocimiento para calcular bien y no errarle, porque de abajo no tenían ni una gomera para tirarles, porque si no también los hubieran bajado.

El repudio más ignominioso que es un gargajo en la jeta no lo fue tanto.

Comprensible, sí, tantos años de dolor, impotencia e impunidad. Así que ojalá todo esto quede en esta mera especulación porque Augusto Pinochet Ugarte murió porque, como Socrátes, aunque no igual a Socrátes, era mortal. Los que lo hicieron todopoderoso y que se ufanara que no había una hoja en Chile que se moviera sin que él supiera o la hiciera mover, están todos vivitos y coleando.

A esos no se los baja a gargajos ni mueren viejos y chotos en una clínica porque fallaron todas las maniobras de resurrección. Hoy, más que nunca, hay que escuchar las últimas palabras de Salvador Allende, en esa instancia final porque sabe que va a morir y no en una sillita de ruedas, haciendo el roto choro, sino en pelea, y advierte con toda su fuerza moral y política que espera que su gesto no sea en vano, sino que castigue tanta felonía y traición.

Los traidores y los felones, aparte de la manita que dieron en Malvinas, están vivitos, coleando, cada día sugestiva y financieramente más poderosos.