sábado, septiembre 11

UN 11 DE SETIEMBRE QUE QUIEREN OLVIDAR



"PAGARE CON MI VIDA LA LEALTAD DE UN PUEBLO"
Hace exactamente 37 años, a la misma hora en que se ingresa esta entrada, el médico Salvador Allende, sentado sobre un largo sofá en el Salón de los Bustos del Palacio de la Moneda que ya había sido bombardeado por los Mirage de la Fuerza Aérea, se ponía en la bóveda del paladar la boca del caño de la ametralladora automática que le había regalado el premier cubano Fidel Castro y accionaba el percutor. Junto a sus colaboradores civiles, hombres sin entrenamiento militar, había resistido desde las 07:00, rechazado un ataque por tierra atrincherados atrás de escritorios y sillones, aguantado en el subsuelo la caída de misiles, había visto morir a compañeros de toda la vida. Mandó a llamar a los que quedaban, hombres y mujeres, les ordenó rendirse y los abrazó por última vez a uno por uno. Se quedó solo. El último de la fila que salió por la pequeña puerta que da a la calle Morandé, el ingreso que utilizaban normalmente los presidentes en las jornadas diarias, asegura que escuchó el estampido.
Desde entonces a ahora, incluso en los gobiernos de la Concertación Democrática, la coalición democristiana-socialista que gobernó Chile durante 20 años, quisieron olvidar esta fecha. Inexorablemente, desde 1974, con lo más crudo de la represión, la juventud trasandina, con los estudiantes a la cabeza, salieron a la calle y se batieron a piedrazos y con bombas molotov frente a los pelotones antimotines de Carabineros. Al compañero presidente no se lo olvida, pareció ser la consigna. "Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción", les había inculcado él.
El día de hoy tiene un sesgo particularmente diferente. Desde hace 36 días, 33 mineros están enterrados cerca de Copiapó, gracias a la falta de previsión de la angurria capitalista y la conciencia social de las ganancias a todo trance. El actual presidente, el multimillonario Sebastián Piñera, representante acérrimo de la derecha, pero de una derecha que no convalidó abiertamente los crímenes de guerra de El Chacal, aunque no fue impedimento para que se enriqueciera, hizo un llamamiento a "cerrar las heridas del pasado." Encima, desde la zona del desastre minero emitió un mensaje de curiosa ecuanimidad, poniéndose por encima de la historia, y culpando a tirios y troyanos de haber destruido la democracia. En Santiago, una concentración de algunos miles de personas festejaba por primera vez en forma pública por la Alameda el triunfo militar de hacer casi cuatro décadas y los cables hablan de otro acto, plagado de incidentes con los guanacos, carros hidrantes, que intentaban acceder al Cementerio General donde se encuentran los restos del que fuera no sólo el primer presidente socialista de América y Chile, sino también que inaugurara la lista de los derrumbados a misilazos.
Algunos tratarán de explicar los sucesos con la crisis sísmica de febrero último donde la cifra de 400 muertos es apenas una muestra de la catástrofe y el derrumbe minero del 5 de agosto, cuando 33 hombres quedaron a 700 metros bajo tierra gracias a que el único objetivo es extraer riquezas sin reparar en medios. Encima, gracias a acuerdos entre los dos últimos gobiernos de la Concertación de aquel lado y los dos últimos peronistas de este otro, por encima de los Andes hay un territorio sin banderas, controlado por la Barrick Gold para llevarse el oro, alterar el paisaje y contaminar las napas de agua con cianuro, destruyendo de paso los glaciares. El Chile que festeja Piñera es exhibido por toda la derecha latinoamericana como el ejemplo mismo del triunfo del monetarismo, como el Paraíso Neoliberal. Lo que volvió a quedar a la vista, como si ya no lo hubiera mostrado los terremotos y el tsunami de febrero, algo que se encargó de puntualizar la Iglesia trasandina no es justamente algo como para enorgullecerse.
Ahora, por hache o por be, los datos de la realidad dicen que por primera vez el recuerdo se llamó a silencio y el cinismo hizo sonar las bocinas. De todas maneras, por más esfuerzos que hagan, hay un 11 de setiembre que no se va olvidar nunca y que es una divisoria de agua acerca de cuál es la única forma de pararse frente a la intimidación de uniformes y tanques por encima de la voluntad que expresan las urnas.

En la consola que cierra estada entrada, el sexteto Quilapayún, en México, diez años después, recuerda la canción de Daniel Ortega que fue la que acompañó la campaña electoral de la Unidad Popular en 1970, la que con el 31% de los votos llevó al hasta entonces senador Salvador Allende a ser el primer presidente socialista de América.


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