Sardinita Oscar otra vez con placet, diez años de sueldos con intereses y no pregunta cuántas son, sino que se vayan desvistiendo. ¿Para qué está la Constitución, eh?
La Corte Suprema con un plantel de emergencia, porque todavía no están los nueve y aquí actuaron algunos conjueces, revocó la exoneración del ex embajador en Chile, Oscar Spinosa Melo, (a) Sardinita o Lassie y también El Brujo (El Brujo bis, en todo caso, porque en el peronismo Brujo hay uno solo, no vengan ahora con imitaciones de plástico) por encontrar que dormir en su casa con tres mujeres en la misma cama, todos apretados como peregil de maceta, y ser pillado en un alojamiento de la Recoleta, con ese cargo, forman parte de la privacidad, y por lo tanto debe ser reincorporado y abonarle los sueldos correspondientes desde entonces.
Intentar recordar con todos los detallestruir la salida estrepitosa del aludido, por orden de El Jefe, a comienzos nomás de los vomitivos '90, es tarea ímproba. Como cualquiera de los escandaletes, escándalos y otras yerbas de la Segunda Década Infame. El despiporre trató de ser reconstruído en un libro de coyuntura, llamado de investigación y titulado Inmunidad diplomática, del chileno Francisco Martorell, que editó Planeta en 1993, el asunto todavía bien calentito, y cuyo caso llegó a la OEA. El libro no llegó a nada, quizá, pero su autor por lo menos a la Argentina porque lo querían escalpar y se tuvo que mudar con lo puesto. La nueva industria de la cultura había decidido que el 20 de abril se distribuía en Buenos Aires y al día siguiente en Santiago, pero un señor poderoso en serio, antes y sobre todo durante Pinochet, se presentó a los Tribunales y pidió ser amparado en su privacidad. Más rápido que los bomberos los hombres de la toga decidieron que el impreso, su autor y las reputaciones no se divulgaran nunca. Aunque se trataba de TXT, una parte selecta de la muy exclusiva, nariz parada e hipócrita clase dirigente chilena aparecía en paños menores, para decir lo menos, y encima grabados en videos. Algunos sentimientos no siempre muy encomiables hicieron que chileno que por aquel entonces viajara a Buenos Aires, comprara el libro, lo forrara con papel para catecismos o directamente lo hiciera en los puestos del aeropuerto de Ezeiza, donde industrializaron la cosa y le pusieron una sobrecubierta sobre la siempre y cosecha de batatas en Groenlandia, primero para no quemarse, y segundo para que no se lo incautaran en la Aduana de Pudahuel al llegar. Una vez en el Chilito Lindo, se lo tironeaban para leerlo y/o fotocopiarlo porque el bombazo del puterío había caído justo en medio de sectores intocados y que se creían intocables.
A Spinosa Melo le sacaron a relucir otros chanchullos, como cuando fue un joven cónsul from the pampas en Venecia y tuvo amores con una nativa algo mayor y ésta lo acusó al tiempo de haber notado que le faltaban joyas, obras de artes y algunas otras chucherías de menor valor. Spinosa Melo, por entonces diplomático del alfonsinismo, les hacía de guía a los safarís menemistas que preparaban el terreno internacional para llegar a la Casa Rosada y los llevaba a pasear en góndola y demás. El listado estaba compuesto por el Hermano Eduardo, Vico, Hernández, Kohan, un medio campo de lo más selecto de la Segunda Década Infame.
Cuando explotó en sordina lo de las extorsiones consecuencia de los parties en los dos pisos de la embajada, porque los chilenos suelen ser cualquier cosa pero siempre discretos y nada escandalosos, Spinosa Melo superó la proeza sanmartiniana de haber cruzado la cordillera en mula con sentido oriente-occidente, por eso está en todas las estatuas con el dedo apuntando para ese lado: lo tuvo que hacer nadando, sentido occidente-oriente y sin tiempo para ponerse el short y no parece ser merecedor ni siquiera de un bustito. Se lo querían comer vivo o, a lo sumo, rebozado en harina, como un congrio.
Dadas las particulares relaciones diplomáticas que siempre hubo con Chile, el país con el que se tienen más kilómetros de frontera y litigios, la lucidez de haber mandado a alguien con la reputación de Spinosa Melo a Santiago, y por más que la Corte ahora diga que dormir con tres mujeres en casa propia e ir a hoteles alojamientos de la Recoleta está dentro de la privacidad que protege la Constitución, armar jodas en la embajada argentina, casi a la vera izquierda del rumoroso Mapocho , un palacete donde comienza la avenida Vicuña Makena, al lado de la Plaza Italia, si será o no constitucional, es tema de los ministros de la Corte, pero muy paquete no queda. Sobre todo si a los invitados se los graba en videos cuando, para decirle en chileno básico, se ponían piluchitos porque estaban acalorados por lo frenético la salsa, cuecas y chacareras.
Como han pasado tantos miles de despelotes, negociados, escándalos y meneos en cualquier rubro resulta muy difícil memorizar toda la polvareda que levantó Spinosa Melo, ayudado por la prensa de aquí y acullá. Para decirlo en términos académicos, para lo cual se puede consultar el mataburros de la Real Academia, fue un quilombo de órdago. Para tratar de tapar en algo el revoleo generoso de materias malolientes, en un desusado acto de tino, El Jefe nombró de urgencia embajador al guante de seda de Antonio Cafiero, un porteño con mucha esquina y umbral. Los chilenos respiraron con alivio porque a los peronistas no los quieren en ninguna medida y en ningún tamaño, pero dentro de todo Cafiero era San Francisco de Asís en medio del aquelarre. Y como primera medida nomás, por primera vez en la historia, el flamante embajador lo primero que hizo fue comprar una residencia en el Barrio Alto como nueva morada, cosa de que los aires a cotorro de la embajada se le fueran disipando. La segunda medida fue darle una entrevista exclusiva a El Mercurio, que se le fue a las barbas para que pusiera las barbas en remojo y cantara claro qué era lo que se traía. Le dedicó CUATRO (4) páginas y faltó sólo que le preguntaran a qué hora iba a ir al baño.
Pero Cafierito les dio una lección de cancherismo, la pelota abajo de la suela, rabonas, taquitos, mucho tango y humor. La verdad, se sea o no peronista, nos sacó las papas del fuego con una clase admirable, para el aplauso. La editorialista de primera línea que le mandaron los Edwards, patricia familia dueño de uno de los más reaccionarios diarios que tiene una Látinoamérica plagada de matutinos tamaño sábana reaccionarios, fue rematar la entrevista sin ningún empacho y preguntarle al señor embajador qué actitud adoptaría si iba por la vía pública y una chilena lo miraba fijo con una sonrisa insinuante.
Cafiero ni lo dudó. Con pelota dominada, hamacó un poco la cintura y se la puso en el otro palo, dejándole al arquero desparramado y para la vergüenza de la foto correspondiente:
-¡Ah, no! -respondió-. Después de todo lo que pasó, yo hago como en el tango: salgo corriendo y me paro al lado del primer carabinero que veo.
Ahora Spinosa Melo vuelve judicialmente en gloria y majestad, constitucionalmente a cubierto de dormir con tres mujeres a la vez (creemos que aparte de la Constitución se necesita algo más, pero en fin, no queremos sangrar por la herida...), a que las relaciones con Siria a las que él asistió aún antes que El Jefe fuera presidente tienen que ver en forma directa con el atentado a la AMIA y va a cobrar tal fangote de guita que le va a dar como para alquilar todo el alojamiento de Recoleta para él solo, cerrarlo y que vayan llegando los buses charter con las chicas de Sofovich y Tinelli.
¡Vamos, Sardinita, usted no afloje aunque vengan degollando que las cuentas siempre las pagamos los otarios!