miércoles, noviembre 17

LA VERDAD VUELVE A ESTAR BAJO TIERRA

Acá están ellos, lo más orondas y firmes. O nos respetan como trabajadores, pos oye, o no volvemos a ver el sol.
Que el multimillonario Sebastián Piñera no se va a olvidar más de Los 33 mineros sepultados durante 69 días no es una novedad. Su reputación se multiplicó en Chile y en el mundo. Le dieron mediáticamente como a tarro. Ahora también, al mismo tiempo, cuando todavía no los habían sacado y faltaba poco, cerca de allí se derrumbó otra mina y los sepultados no tuvieron tanta suerte, y encima que los derrumbes siguieron, vienen estas buenas ciudadanas, conchabadas en un plan militar para la reconstrucción de lo destruído por el terremono, no se bancan que las echen como a perros, y 33 voluntarias de entre casi el millar de perjudicadas encararon para una mina abandonada con el simpático nombre de El Chiflón del Diablo y se fueron hasta el fondo, unos 900 metros por debajo de la superficie, y con el apoyo de las otras en la entrada, le mandaron el mensaje a Su Excelencia: "O nos pagan lo que corresponde o de acá no nos movemos", todo matizado con la correspondiente huelga de hambre. La noticia no conmovió tanto como la de Los 33 originales, pero el mundo también se enteró. El gobierno de Piñera, fiel a su condición de tal, respondió que no iba a negociar con quienes se atrincheraban en posiciones de fuerza y para demostrar su condición humanista se abroqueló aún más en su posición de fuerza, como es legalizar su política de hechos consumados.
Por eso, como la realidad suele ser caprichosa y jodona como su condición femenina lo indica, entre Los 33 originales había uno que no era chileno, es boliviano, Carlos Mamani, al que lo vino a buscar el mismísimo Evo Morales para llevárselo de vuelta para el pago natal. Ayer, en un descampado aledaño de Florencio Varela, sur del GBA, venían dos hermanitas caminando por el campo y de pronto a una de ellas se la tragó la tierra. En realidad, no metió la pata, sino las dos y el cuerpito entero en un pozo de agua que ya no se utiliza en esa zona de quintas y se fue en caída más o menos libre unos 23 metros. La buena fortuna quiso que la nena se trancara con unos obstáculos a esa profundida porque el pozo sigue hasta la napa, unas 40 metros más abajo todavía. Estuvo siete horas gritando, llorando, durmiéndose, entre la desesperación de los padres, vecinos, bomberos, policías y el mismísimo gobernador. La nena tiene sólo 3 años sino hubiera sido relativamente fácil rescatarla con un arnés y una soga. Sucedió que el ancho del orificio y otras irregularidades no daba para mandar cabeza abajo a un rescatista bien atado que la tomara de los bracitos y la alzara. Pero ella al final entendió, el instinto vital fue suficiente y se enrolló lo suficiente como para que entrararn a tirar y habían pasado apenas dos minutos para que comenzara el día de hoy y los gritos de lo que ya era casi un gentío festejó el retorno de la criatura a la vida plena. ¿Su nombre? Vanesa Mamani. Sí, etnia aymara, como el otro de Chile, el de la mina San José. Mamani es un apellido muy común.
Se trató de un hecho casual si no se cuenta la desidia clásica de los patrones por la vida ajena, pero el traer una vida a la superficie, desde allá abajo, guardó muchas similitudes con el chileno de la mina San José, cerca de Copiapó, y que supo conmover al mundo.
De tres hechos, dos con final feliz y falta que el multimillonario Sebastián Piñera se ponga como corresponde y deje de tirar boñiga contra el gobierno anterior porque dice que aumentó el número de pobres en medio de una economía que dicen que es muy estable. Es posible. Son cuestiones internas de ellos. Pero a este millar de valientes mujeres, 33 de las cuales se encuevaron a 900 metros bajo tierra, con casco y linterna, para inaugurar un método inédito de protesta social, se le debe pagar lo que se les debe.
Vamos, che. Que la fama como viene también suele irse.