Fue el 30 de abril pasado, en el autódromo Roberto Mouras de La Plata, en ocasión de un festival de La Renga. Miguel Ramírez, de 32, e Iván Fontán, de 26, que a la postre resultarían víctima y victimario, de izquierda a derecha en las fotos de arriba, tuvieron que recorrer casi mil kilómetros del mapa bonaerense para que eso sucediera. Fontán se agenció de una bengala marina en el puerto de Ingeniero White, de casi 1 kg. de peso y una fuerza de ascenso de 300 metros, y Ramírez fue con su grupo de siempre, además fanas del club San Miguel. El único testigo concreto, un chico minusválido, aseguró que fueron varias bengales y que "tiraban a la cabeza".
Ramírez agonizó nueve días. El conjunto de sus amores, con los que se conocía y los seguía a todos lados, lo mismo que la barra del verde, lo acompañaron al cementerio privado de Pilar, una curiosidad cultural y socioeconómica digna de tenerse en cuenta. El Indio Solari suspendía una presentación en el interior y República Cromagnon fue el lugar tan recurrente como común.
Pero los hechos históricos con bengalas como elemento mortal se remontan a 1983, cuando en agosto, en ocasión de un nocturno entre Boca y Racing, los muchachos de La 12 insistieron con esos Exocet de entrecasa que venían probando desde unos 90 días atrás. El que le dio a la víctima fatal, justamente también en la garganta, fue la cuarta que arrojaron. La anterior era cuando salía el equipo visitante a la cancha, no había mangas, es un proyectil que no tiene dirección, un buscapié aéreo, y casi achicharraron a Roberto Mouzo que estaba elongando cerca de la mitad de la cancha. El cuarto por fin cubrió la distancia de cabecera a cabecera, tuvo conceptuosas palabras a cargo del Tatá Morales porque era un espectáculo hasta cierto punto desusado, de consecuencias mucho más imprevisibles que ahora, con tanto muerto, y fue a darle justo en la mitad de la hinchada racinguista. Para ser más exactos, en la garganta de Roberto Basile, de 26 años, estudiante y empleado del Banco Shaw, tan pronto a recibirse como a casarse.
La bengala no estalló inmediatamente, le quedó atravesada de lado a lado y un solidario compañero de tribuna y conmilitón de La Academia, se agachó como un rayo para arrancársela justo cuando detonaba y el destello fulgurante, a una temperatura muy alta, lo dejó ciego.
Nunca se dijo el nombre de esta víctima. Sí se supo que los adminículos eran provistos por un miembro de Comisión Directiva, nexo durante décadas entre ésta y la barra, quien las conseguía en una ferretería marina de La Boca.
El hecho fue altamente impactante, había comenzado el rodar de cadáveres en tribunas y adyascencias, el país descubría que tenía barras bravas, y Luis Alberto Spinetta terminó componiéndole un tema que se puede escuchar activando la consola que está al pie.
Este culto primate por el fuego, ahora cada vez más atractivo por la tecnología, tuvo su punto más lamentable y poco difundido como fue la muerte de una nena en la puerta del acuario Mundo Marino, en San Clemente del Tuyú, mientras hacía la cola con su familia para entrar al atractivo próximo show. Esto sucedió el sábado 18 de abril de 1992, al atardecer. Los reponsables del espectáculo encontraron que la cosa podía tener su atractivo si a las exigencias del libreto armado para articular la exhibición de delfines, lobos y demás, al llamar a un súper héroe que podía ser Neptuno, El Increíble Hulk o cualquier otro, arrojaban un refuerzo consistente en una bengala marina. Fue lo que repitieron como otras tantas veces. Pero lo fortuito pateó en contra, la bengala no fue para donde la habían apuntado y certeramente le dio también en la garganta de Lorena Martínez, 12 años, a la que también trataron de auxiliar y después fueron los lamentos y excusas de siempre.
República Crogmanon, con 194 muertos, sucedería ya comenzado el siglo XXI y con las bengales institucionalizadas como parte de la llamada cultura rockera, ni qué decir la futbolera.
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